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CRÍTICA / El vibrante emerger del nuevo periodismo y el problema del lugar social

 Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

Intensidad. Vibración. Nocturnidad. Buenos Aires es una ciudad hecha a medida para el periodismo. Como Nueva York. Grande y poblada. Especialmente en las primeras décadas del siglo XX con el añadido de la presencia de numerosas colectividades que, en cruza con los criollos, iban construyendo desordenadamente el nuevo idioma, la nueva cultura, las ideas que atravesaron y caracterizaron todo el período y, en cierto modo, nos acompañan hasta hoy.

Así como Raúl Scalabrini Ortiz inauguró el periodismo de investigación; así como Rodolfo Walsh puso en marcha la no ficción o novela periodística, Natalio Botana generó el nuevo periodismo cotidiano. Lenguaje directo no exento de vuelo, grandes titulares en cuerpo catástrofe, fotos y dibujos. En su interior, la narración extrema de crímenes horrendos –no se difundía la vulgaridad de la “crisis de inseguridad”; como en toda gran urbe, se registraban asesinatos-, mucho deporte y claro, actualidad política.

Fácil es comprobar el aserto hoy, con el “diario del lunes” precisamente. Pero en aquél entonces los medios –sobre todo La Prensa y La Nación, entre otros- se presentaban con avisos sin ilustraciones en la portada y sus interiores no mejoraban el panorama: texto y más texto en cuerpo 7, sin que las ciencias ópticas alcanzaran el despliegue hoy conocido para facilitar la mirada de los lectores. Sin embargo, ya había una argamasa de público: así como en el Norte del continente, los revolucionarios suramericanos impulsaron la prensa: Mariano Moreno y su Gaceta habían dado el puntapié inicial, cien años antes.

Un joven venido del Uruguay, tras pelear a caballo junto a Aparicio en las tierras de Durazno y guerrear irregularmente en el Paraguay, se instaló en un cuchitril y buscó trabajo. Empezó a hombrear bolsas, hasta que otros exiliados orientales le entornaron algunas puertas. A pesar de su vehemencia combatiente del Partido Blanco, había sido un gran estudiante, un ferviente lector. A través de esas portezuelas, Natalio Botana empezó a escribir en un puñado de diarios porteños. Curioso, ansioso, emprendedor, después de un tiempo se lanzó.

PRIMER TRAMO Y DESPEGUE. Con el respaldo económico del político conservador Marcelino Ugarte, Botana editó el primer número de Crítica el 15 de septiembre de 1913. Pero nada es fácil y menos en el mundo de la comunicación. Durante más de seis años el diario languidecería con un techo de 9 mil números, mientras los rivales orillaban los 75 mil. Por entonces el novel director conoció a Salvadora Medina Onrubia, electrizante anarquista platense que contribuiría de modo variado al emerger. Por un lado con sus ideas incisivas; por otro, cocinando para una redacción que cobraba poco y tarde. La pareja entre ambos se concretó, se intensificó, se conviertió en clásica.

¿Cómo despegó Crítica? Es difícil hallar una sola causa. Se concatenaron la insistencia en un estilo innovador hacia un público que necesitaba tiempo para descubrirlo. El desprendimiento del lineamiento conservador. La profundización de las coberturas sociales, las grandes huelgas, protestas y movilizaciones. La información sentida sobre la Guerra, que atraía a quienes llegaban al país con las llagas abiertas. El crecimiento de la pasión futbolera. Y la convocatoria a varias de las mejores plumas del momento. Raúl Gonzalez Tuñón, Roberto Talice, Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, Edmund Guibourg, Héctor Agosti, José Antonio Saldías, Roberto Arlt, por nombrar un puñado, dan cuenta de la capacidad selectiva de Botana.

Las coberturas policiales se configuraron en fugacidad pasional e inevitable para quienes se arrimaban a los canillitas por las tardes. Las grandes plumas abrían su creatividad y ahondaban en los sucesos sin ahorrar truculencias, sorpresas ni explosiones de sangre. En el orden político, un fuerte alineamiento internacional con los aliados y cuestionamientos locales sin demasiada rigurosidad ideológica hacia funcionarios que tenían mala imagen pública o perjudicaban indirectamente al medio.

En el tramo que va desde el cierre del primer lustro hasta 1928, Crítica creció de modo exponencial hasta convertirse en un poder real. Botana aquilató una densa fortuna  y se transformó en referencia ineludible. Había creado un diario de la nada. Sin embargo, semejante mérito para muchos fue un demérito… sobre todo porque el mismo protagonista no comprendió esa trama de pertenencias tejida en derredor de las grandes empresas en la Argentina.

LA CONTRADICCIÓN. En realidad Botana había creado un espacio periodístico inédito, en diálogo permanente con las clases populares y sensible a sus luchas. Esto generó desconfianza en los competidores y sobre todo en La Nación, que intentó a través de Noticias Gráficas quitarle el mercado de la espectacularidad. La incomprensión del gran director –al fin de cuentas un joven uruguayo que sin conocer el fondo de la política argentina se convirtió rápidamente en un potentado- quedó evidenciada cuando, debido a sus relaciones con Agustín P. Justo, cooperó abierta y salvajemente con el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930.

Botana había generado un estilo popular, pero en materia política lo volcó en beneficio de la oligarquía. A tal punto se trató de un error de concepción nítido, que poco después de un año del golpe, con el dictador José Félix Uriburu afirmado en una sangrienta gestión, fueron detenidos Botana, su esposa Salvadora, numerosos redactores del diario; y éste, clausurado. El cierre duró dos años y el empecinado periodista puso su obra nuevamente en pie. El dislate se repetiría década y media después ante el peronismo; con el director ya muerto y el medio en manos de su mujer y Damonte Taborda, Crítica, que a duras penas se había recuperado de aquél desencuentro, reiteró el alineamiento antipopular.

Aunque transitó por varios lugares, la sede histórica resultó el edificio de Avenida de Mayo 1333, construido especialmente por los arquitectos Andrés y Jorge Kálnay. Allí estaban las rotativas, la redacción, el bar restaurante. En la azotea una casa donde se realizaba la Revista Multicolor, orientada por Borges y entregada junto al diario por varios años. Los encuentros, los juegos de barajas, las borracheras, las peleas y las alegrías por ventas y primicias, se desplegaron entre ese predio y los bares cercanos, brindando a la mitología porteña referencias vibrantes y cierta fascinación idealizada por el mundo del periodismo.

Botana adquirió un enorme predio en Don Torcuato. Allí construyó una enorme mansión llamada Los Granados. Trajo al muralista mexicano David Alfaro Siqueiros para pintar una de sus obras. Organizó fiestas y encuentros de diverso tipo. Se conducía únicamente en automóviles Rolls Royce. Hizo traer fauna y flora de distintos lugares del mundo para los alrededores de su palacio. Inquieto, encaró otros proyectos, ninguno exitoso: una productora de cine, un diario en el Uruguay, haras, territorios en Río Negro. El fenómeno Critica daba para mucho.

LA CAÍDA. Hay dos golpes, además de la cárcel, determinantes para Botana. En 1928 se suicidó Carlos Natalio, hijo de Salvadora que el director de Crítica había reconocido como propio y a quien unía un afecto especial. Las personas cercanas a la familia indican que no se recuperó emocionalmente y la pareja se fue resquebrajando. Finalmente, el 6 de agosto de 1941 durante un viaje a Jujuy en compañía de amigos y periodistas, su Rolls desbarrancó, volcó y lo dejó malherido.

Botana era demasiado importante por entonces: a tal punto que desde Buenos Aires sus asesores prohibieron que los médicos del Hospital público de Jujuy realizaran las intervenciones imprescindibles y enviaron a un renombrado profesional desde Buenos Aires. Pero el vuelo se demoró, y Botana se fue muriendo. En las salas aledañas sus compañeros de viaje, atendidos rápidamente por los galenos del lugar, se recuperaron. Sólo el gran director falleció como resultado del accidente, a la espera de un gran médico que llegaría tarde.

Tras su muerte, Crítica retomó la lejana languidez. Con zig zags conceptuales y un estilo que persistía pero sin la llama de su hacedor, redujo la influencia. Tras varios cruces que refrendaron la antedicha incomprensión, el peronismo lo absorbió dentro del sistema de medios oficiales. Luego del golpe de 1955, todos los periódicos adquiridos fueron devueltos a sus  distinguidas familias… salvo Crítica. Los Gainza, los Mitre, retuvieron en sus manos los diarios que habían fundado. Los Botana, Salvadora y los hijos, sólo obtuvieron una mínima indemnización. La periodista anarquista, la esposa del magnate, se dedicó a coser para vivir.

Tal vez la lectura de un gran libro sobre el período, que no aborda la historia de Crítica, sirva para entender el proceso histórico que entornó su existencia. Se trata de “Jauretche, de Yrigoyen a Perón”, del historiador Norberto Galasso. Allí hay claves para aprehender la importancia de saber el lugar que cada uno ocupa en una comunidad.

En una de esas también contribuya a la comprensión una mirada fina sobre la película Citizen Kane, donde Orson Wells se zambulle en la vida de William Randoph Hearst, un equivalente norteamericano en gran escala de nuestro Natalio Botana.

Pero todo eso, ya es otra historia.

 

  • Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica
  • Texto elaborado para y publicado en el periódico Conexión 2000 Arte y Cultura.

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